No podía llevar el conteo del tiempo porque no
tenía como, pero su mente experimentaba la conciencia de llevar muchísimos
minutos ya allí. La oscuridad que pensó iría remitiendo al paso de los minutos,
sobre todo por esa característica de la retina humana de adaptarse a la
oscuridad. No había ocurrido. Seguía tan ciega como un topo y estaba
sospechando, en serio, haber perdido la vista. Aquello sólo la llenó de más
inquietud.
Ella no lo sabía, pero afuera de la cueva el día
había comenzado a llenarlo todo con luz y que eran las siete de la mañana del
viernes. Faltaba una hora para que Leticia diera la voz de alarma acerca de su
desaparición.
Siguió sentada durante largos minutos que en su
conciencia se hacían horas larguísimas. Agitó las manos de nuevo en busca de
algo a lo que asirse antes de volverse loca o algo peor. Si es que ya no lo
estaba.
Las respiraciones largas le habían ayudado mucho,
pero no lo suficiente. Sentía ganas de llorar y recordó que sólo hacía dos
semanas atrás había estado a punto de cortarse las venas con un par de hojas de
afeitar. ¿Y si lo hubiera hecho? Y si… todo lo que había vivido después de
aquello no era más que estar muerta. Quizás si se había quitado la vida y ahora
vivía en la muerte. Era estúpido pensar eso, pero de todos modos lo vio como
una posibilidad. Estar muerte después de todo y comprender, hasta ahora que eso era lo que
sucedía después de que uno moría.
Le pareció volver a escuchar
aquel gruñido a su derecha y luego el olor que se mezclaba con el oxígeno
parecía haberse hecho más intenso. Ropa húmeda, podrida y guardada para seguir
su proceso de desintegración. Eso era, un olor muy intenso. Y aumentaba poco a
poco más.
De repente, y como si hubiera
estado aguardando a aquel momento una serie de ladridos se dejaron escuchar por
toda la concavidad del lugar. Eran ladrido de desafío, pero también se
mezclaba, así como aquel olor a ropa vieja, el miedo.
Los ladridos venían de su
derecha y parecían aumentar de velocidad y de intensidad a cada momento.
Parecía que miles de perros estuvieran empeñados en romperle los tímpanos.
—Perrito –dijo con una voz que
se le antojo ajena y lejana.
El perro calló una vez, pero
luego aumentó su intensidad. Parecía ladrarle a alguien, a algo. Y lo más
interesante era que ella, Laura, sabía con certeza que el animal que ladraba
era aquel perro que ella había estado alimentando durante todas las noches.
—Perrito –volvió a llamar con
una voz un poco más segura.
Pero el perro continuaba
ladrándole a algo o a alguien que solo él podía ver y que además emitía aquel
intenso olor a podrido.
Y cuando parecía que la
garganta del perro iba a estallar de tanto ladrido el animal chilló e hizo lo
que hacen todos los perros cuando se enteran que no van a poder con semejante
adversario: salió corriendo, chillando. Sus ladridos se perdieron poco a poco
en la distancia.
Laura, en vano se agitó en el
suelo. No tenía fuerzas para ponerse en pie. El dolor en las plantas de los pies,
pues estaba descalza, era intensísimo obligándola a darles masajes con ambas
manos. En algún punto de la entrada de la cueva hasta allí había dejado las
sandalias rotas. Pero ella no lo sabía.
Los chillidos del perro se
perdieron en la distancia y quedó sólo ella rodeada de oscuridad y de aquel
fétido olor.
***
El
miedo es un fenómeno universal. Muchos sostienen que es el primer instinto
desarrollado por los seres vivientes. Gracias al miedo hemos logrado
evolucionar como especie porque es lo que nos ha ayudado a sobrevivir. Huimos
ante el peligro. Nuestros músculos se han perfeccionado para lograr el escape o
para quedarse quietos de acuerdo al tipo de peligro.
Laura
María, quieta decidió esperar a los acontecimientos.
***
Los
acontecimientos fueron sencillos, pero profundos.
El
ser humano, desde el punto de vista científico tiene conocimientos limitados a
lo que sus cinco sentidos le informan. Pero la realidad, la verdad, es algo que
es más profunda que la mera información adquirida de esa forma. Hay otros
mundos además de este. Y a ellos solo acceden aquellos que han logrado
desarrollar sus sentidos más allá de lo normal. Algunos animales, como los
perros y los gatos, se ha comprobado, acceden a estos mundos de manera muy
sencilla: mediante el olfato y la vista. Ellos ven cosas que normalmente los
seres humanos no podemos ni siquiera concebir.
Son
miles de mundos y están en distintos grados de la materia. Son mundos que
conviven con el nuestro en el mismo espacio físico porque no tienen cuerpo
físico. Son mundos que no tienen consciencia, o sí, de la existencia de los
otros mundos con los que conviven. Los seres de dichos mundos, vibran en una
frecuencia totalmente distinta de las nuestra. Ningún mundo puede cruzar al
otro mundo, ni verlo, ni olerlo, ni percibirlo, pues.
Pero
a veces, en muy contadas ocasiones, alguien de un mundo se mete en el otro
mundo y crea un gran desequilibro. Porque al igual, según se cree, el mismo
cuerpo no puede ocupar el mismo lugar del otro cuerpo al mismo tiempo, nadie puede
penetrar al otro mundo sin causar desequilibrio.
Hay
mundos, si los calificamos de esta manera, buenos, malos y neutrales. Los
neutrales son aquellos que no causan nada en los otros. Pero si un mundo de un
plano relativamente grosero, malo, vaya, se mete en otro mundo de otro nivel,
el desequilibrio es terrible. No importa la cantidad de materia que entra en el
otro mundo. Podría ser un simple átomo y eso desencadenaría una serie de
eventos catastróficos en el mundo en el cual apareciera.
Laura
María no lo sabía, ni nadie en este mundo, quizás solo una persona en todo el
mundo, porque esa misma persona lo había provocado. Pero, ella, en esta vida
por lo menos, ya no iba a poder hacer nada al respecto. Algo, algo maligno de
esos mundos en otros planos se había filtrado mediante un portal y vagaba por
aquellas cuevas buscando comida. Y la mejor comida para aquel ser, era el alma
humana.
Bobby,
el perro que se había metido por error en un agujero, lo había visto y por eso
había ladrado y luego huido del lugar con la cola entre las patas. Se trataba
de un ser de dimensiones cambiantes, como una nube negra ciega, pero con una
enorme boca con dientes muy afilados. Despedía un desagradable olor y no emitía
ningún ruido.
El
ser, era uno de los más pequeños en su planeta de origen, pero su capacidad de
absorción de alimento no tenía límites. Y no era la primera vez que un ser
similar entraba a nuestro mundo. Sus lugares preferidos son los fondos marinos
donde la luz jamás llega y las aguas de mantienen quietas eternamente. Y aunque
allí apenas encuentra alimento, le gusta aparecerse en esos lugares. Muchos los
han llamado leviatanes o monstruos marinos. En la antigüedad, los griegos y
romanos les llamaban krakens. Un
escrito de inicios del siglo veinte les llamaba los seres sin nombre.
Ese
ser, se había colado bajo la superficie de la tierra y vagaba, desde hacía
meses por entre una red de huecos subterráneos construidos hacía miles de años
por una generación de seres humanos antiguos. Le era propicio moverse por allí
porque no podía acceder a la luz del día. Su peor enemigo era la luz del sol. A
veces, cuando las noches están deshabitadas de todo reflejo de luz solar solía
asomarse por pequeños agujeros hechos también por los antiguos para poder
respirar bajo la tierra. Pero, casi siempre volvía a toda prisa a las
profundidades.
Flotaba
como una nube oscura sin forma de volver a su mundo pues la puerta que lo había
traído se había cerrado con la muerte de la creadora de tal puerta. Flotaba.
Iba y venía como una especie de humo sólo visible para algunos seres, pero
olido por todos. Su olor era algo nauseabundo, como ropa enmohecida y tirada en
la oscuridad de algún cuarto cerrado por mucho tiempo. Apestaba tanto que Laura
al estar el ser a unos treinta metros de ella parecía a punto de asfixiarla.
El
tamaño de aquel ser era de unos cinco metros de largo por tres de ancho, pero
como su forma cambiaba continuamente, no podría asegurarse nada al respecto.
Se
acercó flotando, captó el alma de un ser humano allá abajo, escuchó un sonido
molesto, prolongado y repetitivo. Y para dejar de escucharlo le envió una onda
mental que lo hizo aullar y huir de inmediato.
Cuando
quedaron solos eso y ella. Sin perder tiempo la rodeó por completo y la hizo
entrar en su centro.
Laura
María percibió justo el momento cuando aquel olor insoportable se acercaba más
y más. Trató de ver penetrando la oscuridad con la mirada, pero no pudo. Cuando
aquella cosa, que percibía, pero no podía ver, ni sentir, la rodeó como si de
brazos poderosos se trataran. Sintió doblársele el espíritu como una rama seca
empujada por un fuerte vendaval. Quería gritar con todas sus fuerzas porque
algo se le estaba metiendo en el cuerpo, en el lugar donde vive el alma.
Fue
una sensación terrible, como de un cuchillo penetrando en la piel y llegando
hasta el centro del cerebro. Algo la quería desplazar allí. Algo enorme, malo y
con consciencia propia.
Nunca
había creído en los espíritus malos y dudaba de muchas cosas con respecto al
alma humana. Pero ahora se convenció de cosas que jamás hubiera creído.
Quizás nunca iba a poder
explicar algo tan sencillo como el lugar del alma o que en un momento cumplió
aquella máxima de Sócrates del conócete a ti mismo. En un segundo, como dijo
Pablo de Tarso, se realizó el cambio en sí misma.
Se vio a sí misma y comprendió
el sentido de la vida y del universo en un segundo. Supo, en un solo instante
el origen de su esencia y la de las cosas. Pero sobretodo comprendió,
profundamente, su existencia. Vio sus múltiples vidas en los distintos planos
de los universos. Comprendió su experiencia en la tina de baño al verse en
múltiples lugares, y con distintas personalidades al mismo tiempo. Comprendió
que el tiempo es una cuestión puramente mental y que todas las cosas suceden al
mismo tiempo y que el alma es algo múltiple y total. Que se viven miles de
vidas al mismo tiempo pues el objetivo son las múltiples experiencias para
avanzar y subir en las escalas de los mundos.
La iluminación, como la habían
recibido muchos en el pasado, pasó ante ella y la penetró por completo. Y
aunque estaba consciente de que al volver a salir de ese espacio que no está en
ningún lugar, pero que está en todos, no recordaría absolutamente nada. Se
sintió libre por fin. Libre del mundo y sus mañas, del tiempo y su miedo, de
los sentimientos y los apegos.
“Soy yo” pensó y el
pensamiento era ella en todos los mundos al mismo tiempo.
Y cuando más feliz se sentía
algo, esa cosa que la rodeaba, entró en su espacio, como una nube negra y
terrible. Esa nube, apestosa, la rodeó por completo y tomó la forma de eso a lo
cual le tenía miedo cuando era muy pequeña: una bruja.
De pequeña, uno de los cuentos
que más la había atormentado era el de Hansel y Gretel. Desde la primera vez
que lo escuchó no pudo ya jamás quitarse de la mente y de la consciencia esa
sensación de aprensión al verse como Gretel, la niña, pequeñita y desvalida
abandonada en medio de un bosque por su propio padre. Y luego, ese peregrinar
de los niños yendo en busca de unos trocitos de pan que los pájaros se habían comido.
Verse a sí misma como Gretel, allí en medio del bosque, con hambre, agotada y
sin esperanzas les pareció la cosa más cruel del mundo y a punto había estado
de echarse a llorar. Pero como no podía sentir mucho, no había llorado.
Pero el terror más grande se
hizo sentir cuando se encuentran con la bruja. Aquella mujer caníbal fue
durante muchos años su peor pesadilla. Se la imaginaba peor que a la bruja de
Oz, peor aún que la madrastra de Cenicienta o el lobo feroz de la Caperucita.
Porque en su mente infantil era lógico que un animal se puede comer a las
personas, pero una persona comiéndose a otra persona. Sólo de imaginarse a los
dos pequeños niños comiendo y comiendo para engordar para luego ser comidos le
resultaba la cosa más mórbida del mundo.
Cuando le preguntaban a que
más le tenía miedo siempre solía decir: la bruja de Hansel y Gretel. Y todos se
reían. Porque nadie le temía tanto a aquel ser como ella.
Y verlo formarse allí en su
propia cabeza, como se formaría una montaña de arena de la nada la hizo
retroceder literalmente dentro de su propia consciencia.
***
Bobby al ver aquella cosa que
se venía acercando y sentir que los pelos, todos en su cuero, se ponían firmes
como soldados en posición, había salido corriendo como loco porque no podía
enfrentarse a aquello sin morir. Lo sospechaba.
Con el miedo más profundo que
un animal puede sentir a lo desconocido emprendió la retirada a la mayor
velocidad que sus patas le permitieron. Chillando, llorando como lloran los
perros había huido y aunque sabía que su amiga estaba en peligro no encontró ni
una sola pizca de valor en su interior. Él no podía juzgar las cosas, pero sí
discriminar entre lo correcto y lo incorrecto de alguna manera elemental. Y
largarse de su amiga era algo incorrecto. Pero, qué podía él hacer al respecto.
Él no podía hacer absolutamente nada. Sólo correr a la máxima velocidad posible
sin mirar atrás y quizás buscar su propia supervivencia movido por el miedo.
Corrió como loco y cuando en
el mundo exterior dieron las ocho de la mañana y Leticia Lizeth, la compañera
de Laura, descubría la ausencia de ésta última, Bobby llegaba a la boca de la
cueva. Estaba agotado y con la lengua de fuera. Sin pensarlo, porque no
necesitaba pensamiento, llegó hasta el arroyo y bebió mucha agua mirando de vez
en cuando hacia atrás. Hacia la boca de la cueva. Aquello se había quedado
atrás con ella. Y él, como un buen cobarde, la había abandonado.
Se echó a descansar debajo de
un árbol. Se durmió y soñó con que perseguía a aquel conejo y volvía a caer
sobre el mismo hueco de manera irremediable. Sus patas, mientras soñaba,
parecían moverse para realizar dichos movimientos del sueño.
Durmió hasta las once y veinte
de la mañana y se despertó porque escuchó, a muy pocos pasos de él a alguien
gritar un nombre. Se puso de pie de inmediato, alerta como un cohete. Miró
hacia todos lados para ubicar la voz. Y de pronto, lo olió. Corrió en su busca
porque aquel hombre no emitía una carga negativa, al contrario, parecía alguien
con una paz muy elevada.
Se asomó y lo vio. Era un
hombre de cabellos negros, piel algo oscura, y ojos muy azules.
Las miradas de ambos se
encontraron en la breve distancia de unos pocos metros.
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