miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 10





No podía llevar el conteo del tiempo porque no tenía como, pero su mente experimentaba la conciencia de llevar muchísimos minutos ya allí. La oscuridad que pensó iría remitiendo al paso de los minutos, sobre todo por esa característica de la retina humana de adaptarse a la oscuridad. No había ocurrido. Seguía tan ciega como un topo y estaba sospechando, en serio, haber perdido la vista. Aquello sólo la llenó de más inquietud.
Ella no lo sabía, pero afuera de la cueva el día había comenzado a llenarlo todo con luz y que eran las siete de la mañana del viernes. Faltaba una hora para que Leticia diera la voz de alarma acerca de su desaparición.
Siguió sentada durante largos minutos que en su conciencia se hacían horas larguísimas. Agitó las manos de nuevo en busca de algo a lo que asirse antes de volverse loca o algo peor. Si es que ya no lo estaba.
Las respiraciones largas le habían ayudado mucho, pero no lo suficiente. Sentía ganas de llorar y recordó que sólo hacía dos semanas atrás había estado a punto de cortarse las venas con un par de hojas de afeitar. ¿Y si lo hubiera hecho? Y si… todo lo que había vivido después de aquello no era más que estar muerta. Quizás si se había quitado la vida y ahora vivía en la muerte. Era estúpido pensar eso, pero de todos modos lo vio como una posibilidad. Estar muerte después de todo y comprender, hasta ahora que eso era lo que sucedía después de que uno moría.
Le pareció volver a escuchar aquel gruñido a su derecha y luego el olor que se mezclaba con el oxígeno parecía haberse hecho más intenso. Ropa húmeda, podrida y guardada para seguir su proceso de desintegración. Eso era, un olor muy intenso. Y aumentaba poco a poco más.
De repente, y como si hubiera estado aguardando a aquel momento una serie de ladridos se dejaron escuchar por toda la concavidad del lugar. Eran ladrido de desafío, pero también se mezclaba, así como aquel olor a ropa vieja, el miedo.
Los ladridos venían de su derecha y parecían aumentar de velocidad y de intensidad a cada momento. Parecía que miles de perros estuvieran empeñados en romperle los tímpanos.
—Perrito –dijo con una voz que se le antojo ajena y lejana.
El perro calló una vez, pero luego aumentó su intensidad. Parecía ladrarle a alguien, a algo. Y lo más interesante era que ella, Laura, sabía con certeza que el animal que ladraba era aquel perro que ella había estado alimentando durante todas las noches.
—Perrito –volvió a llamar con una voz un poco más segura.
Pero el perro continuaba ladrándole a algo o a alguien que solo él podía ver y que además emitía aquel intenso olor a podrido.
Y cuando parecía que la garganta del perro iba a estallar de tanto ladrido el animal chilló e hizo lo que hacen todos los perros cuando se enteran que no van a poder con semejante adversario: salió corriendo, chillando. Sus ladridos se perdieron poco a poco en la distancia.
Laura, en vano se agitó en el suelo. No tenía fuerzas para ponerse en pie. El dolor en las plantas de los pies, pues estaba descalza, era intensísimo obligándola a darles masajes con ambas manos. En algún punto de la entrada de la cueva hasta allí había dejado las sandalias rotas. Pero ella no lo sabía.
Los chillidos del perro se perdieron en la distancia y quedó sólo ella rodeada de oscuridad y de aquel fétido olor.

***

El miedo es un fenómeno universal. Muchos sostienen que es el primer instinto desarrollado por los seres vivientes. Gracias al miedo hemos logrado evolucionar como especie porque es lo que nos ha ayudado a sobrevivir. Huimos ante el peligro. Nuestros músculos se han perfeccionado para lograr el escape o para quedarse quietos de acuerdo al tipo de peligro.
Laura María, quieta decidió esperar a los acontecimientos.

***

Los acontecimientos fueron sencillos, pero profundos.
El ser humano, desde el punto de vista científico tiene conocimientos limitados a lo que sus cinco sentidos le informan. Pero la realidad, la verdad, es algo que es más profunda que la mera información adquirida de esa forma. Hay otros mundos además de este. Y a ellos solo acceden aquellos que han logrado desarrollar sus sentidos más allá de lo normal. Algunos animales, como los perros y los gatos, se ha comprobado, acceden a estos mundos de manera muy sencilla: mediante el olfato y la vista. Ellos ven cosas que normalmente los seres humanos no podemos ni siquiera concebir.
Son miles de mundos y están en distintos grados de la materia. Son mundos que conviven con el nuestro en el mismo espacio físico porque no tienen cuerpo físico. Son mundos que no tienen consciencia, o sí, de la existencia de los otros mundos con los que conviven. Los seres de dichos mundos, vibran en una frecuencia totalmente distinta de las nuestra. Ningún mundo puede cruzar al otro mundo, ni verlo, ni olerlo, ni percibirlo, pues.
Pero a veces, en muy contadas ocasiones, alguien de un mundo se mete en el otro mundo y crea un gran desequilibro. Porque al igual, según se cree, el mismo cuerpo no puede ocupar el mismo lugar del otro cuerpo al mismo tiempo, nadie puede penetrar al otro mundo sin causar desequilibrio.
Hay mundos, si los calificamos de esta manera, buenos, malos y neutrales. Los neutrales son aquellos que no causan nada en los otros. Pero si un mundo de un plano relativamente grosero, malo, vaya, se mete en otro mundo de otro nivel, el desequilibrio es terrible. No importa la cantidad de materia que entra en el otro mundo. Podría ser un simple átomo y eso desencadenaría una serie de eventos catastróficos en el mundo en el cual apareciera.
Laura María no lo sabía, ni nadie en este mundo, quizás solo una persona en todo el mundo, porque esa misma persona lo había provocado. Pero, ella, en esta vida por lo menos, ya no iba a poder hacer nada al respecto. Algo, algo maligno de esos mundos en otros planos se había filtrado mediante un portal y vagaba por aquellas cuevas buscando comida. Y la mejor comida para aquel ser, era el alma humana.
Bobby, el perro que se había metido por error en un agujero, lo había visto y por eso había ladrado y luego huido del lugar con la cola entre las patas. Se trataba de un ser de dimensiones cambiantes, como una nube negra ciega, pero con una enorme boca con dientes muy afilados. Despedía un desagradable olor y no emitía ningún ruido.
El ser, era uno de los más pequeños en su planeta de origen, pero su capacidad de absorción de alimento no tenía límites. Y no era la primera vez que un ser similar entraba a nuestro mundo. Sus lugares preferidos son los fondos marinos donde la luz jamás llega y las aguas de mantienen quietas eternamente. Y aunque allí apenas encuentra alimento, le gusta aparecerse en esos lugares. Muchos los han llamado leviatanes o monstruos marinos. En la antigüedad, los griegos y romanos les llamaban krakens. Un escrito de inicios del siglo veinte les llamaba los seres sin nombre.
Ese ser, se había colado bajo la superficie de la tierra y vagaba, desde hacía meses por entre una red de huecos subterráneos construidos hacía miles de años por una generación de seres humanos antiguos. Le era propicio moverse por allí porque no podía acceder a la luz del día. Su peor enemigo era la luz del sol. A veces, cuando las noches están deshabitadas de todo reflejo de luz solar solía asomarse por pequeños agujeros hechos también por los antiguos para poder respirar bajo la tierra. Pero, casi siempre volvía a toda prisa a las profundidades.
Flotaba como una nube oscura sin forma de volver a su mundo pues la puerta que lo había traído se había cerrado con la muerte de la creadora de tal puerta. Flotaba. Iba y venía como una especie de humo sólo visible para algunos seres, pero olido por todos. Su olor era algo nauseabundo, como ropa enmohecida y tirada en la oscuridad de algún cuarto cerrado por mucho tiempo. Apestaba tanto que Laura al estar el ser a unos treinta metros de ella parecía a punto de asfixiarla.
El tamaño de aquel ser era de unos cinco metros de largo por tres de ancho, pero como su forma cambiaba continuamente, no podría asegurarse nada al respecto.
Se acercó flotando, captó el alma de un ser humano allá abajo, escuchó un sonido molesto, prolongado y repetitivo. Y para dejar de escucharlo le envió una onda mental que lo hizo aullar y huir de inmediato.
Cuando quedaron solos eso y ella. Sin perder tiempo la rodeó por completo y la hizo entrar en su centro.
Laura María percibió justo el momento cuando aquel olor insoportable se acercaba más y más. Trató de ver penetrando la oscuridad con la mirada, pero no pudo. Cuando aquella cosa, que percibía, pero no podía ver, ni sentir, la rodeó como si de brazos poderosos se trataran. Sintió doblársele el espíritu como una rama seca empujada por un fuerte vendaval. Quería gritar con todas sus fuerzas porque algo se le estaba metiendo en el cuerpo, en el lugar donde vive el alma.
Fue una sensación terrible, como de un cuchillo penetrando en la piel y llegando hasta el centro del cerebro. Algo la quería desplazar allí. Algo enorme, malo y con consciencia propia.
Nunca había creído en los espíritus malos y dudaba de muchas cosas con respecto al alma humana. Pero ahora se convenció de cosas que jamás hubiera creído.
Quizás nunca iba a poder explicar algo tan sencillo como el lugar del alma o que en un momento cumplió aquella máxima de Sócrates del conócete a ti mismo. En un segundo, como dijo Pablo de Tarso, se realizó el cambio en sí misma.
Se vio a sí misma y comprendió el sentido de la vida y del universo en un segundo. Supo, en un solo instante el origen de su esencia y la de las cosas. Pero sobretodo comprendió, profundamente, su existencia. Vio sus múltiples vidas en los distintos planos de los universos. Comprendió su experiencia en la tina de baño al verse en múltiples lugares, y con distintas personalidades al mismo tiempo. Comprendió que el tiempo es una cuestión puramente mental y que todas las cosas suceden al mismo tiempo y que el alma es algo múltiple y total. Que se viven miles de vidas al mismo tiempo pues el objetivo son las múltiples experiencias para avanzar y subir en las escalas de los mundos.
La iluminación, como la habían recibido muchos en el pasado, pasó ante ella y la penetró por completo. Y aunque estaba consciente de que al volver a salir de ese espacio que no está en ningún lugar, pero que está en todos, no recordaría absolutamente nada. Se sintió libre por fin. Libre del mundo y sus mañas, del tiempo y su miedo, de los sentimientos y los apegos.
“Soy yo” pensó y el pensamiento era ella en todos los mundos al mismo tiempo.
Y cuando más feliz se sentía algo, esa cosa que la rodeaba, entró en su espacio, como una nube negra y terrible. Esa nube, apestosa, la rodeó por completo y tomó la forma de eso a lo cual le tenía miedo cuando era muy pequeña: una bruja.
De pequeña, uno de los cuentos que más la había atormentado era el de Hansel y Gretel. Desde la primera vez que lo escuchó no pudo ya jamás quitarse de la mente y de la consciencia esa sensación de aprensión al verse como Gretel, la niña, pequeñita y desvalida abandonada en medio de un bosque por su propio padre. Y luego, ese peregrinar de los niños yendo en busca de unos trocitos de pan que los pájaros se habían comido. Verse a sí misma como Gretel, allí en medio del bosque, con hambre, agotada y sin esperanzas les pareció la cosa más cruel del mundo y a punto había estado de echarse a llorar. Pero como no podía sentir mucho, no había llorado.
Pero el terror más grande se hizo sentir cuando se encuentran con la bruja. Aquella mujer caníbal fue durante muchos años su peor pesadilla. Se la imaginaba peor que a la bruja de Oz, peor aún que la madrastra de Cenicienta o el lobo feroz de la Caperucita. Porque en su mente infantil era lógico que un animal se puede comer a las personas, pero una persona comiéndose a otra persona. Sólo de imaginarse a los dos pequeños niños comiendo y comiendo para engordar para luego ser comidos le resultaba la cosa más mórbida del mundo.
Cuando le preguntaban a que más le tenía miedo siempre solía decir: la bruja de Hansel y Gretel. Y todos se reían. Porque nadie le temía tanto a aquel ser como ella.
Y verlo formarse allí en su propia cabeza, como se formaría una montaña de arena de la nada la hizo retroceder literalmente dentro de su propia consciencia.

***

Bobby al ver aquella cosa que se venía acercando y sentir que los pelos, todos en su cuero, se ponían firmes como soldados en posición, había salido corriendo como loco porque no podía enfrentarse a aquello sin morir. Lo sospechaba.
Con el miedo más profundo que un animal puede sentir a lo desconocido emprendió la retirada a la mayor velocidad que sus patas le permitieron. Chillando, llorando como lloran los perros había huido y aunque sabía que su amiga estaba en peligro no encontró ni una sola pizca de valor en su interior. Él no podía juzgar las cosas, pero sí discriminar entre lo correcto y lo incorrecto de alguna manera elemental. Y largarse de su amiga era algo incorrecto. Pero, qué podía él hacer al respecto. Él no podía hacer absolutamente nada. Sólo correr a la máxima velocidad posible sin mirar atrás y quizás buscar su propia supervivencia movido por el miedo.
Corrió como loco y cuando en el mundo exterior dieron las ocho de la mañana y Leticia Lizeth, la compañera de Laura, descubría la ausencia de ésta última, Bobby llegaba a la boca de la cueva. Estaba agotado y con la lengua de fuera. Sin pensarlo, porque no necesitaba pensamiento, llegó hasta el arroyo y bebió mucha agua mirando de vez en cuando hacia atrás. Hacia la boca de la cueva. Aquello se había quedado atrás con ella. Y él, como un buen cobarde, la había abandonado.
Se echó a descansar debajo de un árbol. Se durmió y soñó con que perseguía a aquel conejo y volvía a caer sobre el mismo hueco de manera irremediable. Sus patas, mientras soñaba, parecían moverse para realizar dichos movimientos del sueño.
Durmió hasta las once y veinte de la mañana y se despertó porque escuchó, a muy pocos pasos de él a alguien gritar un nombre. Se puso de pie de inmediato, alerta como un cohete. Miró hacia todos lados para ubicar la voz. Y de pronto, lo olió. Corrió en su busca porque aquel hombre no emitía una carga negativa, al contrario, parecía alguien con una paz muy elevada.
Se asomó y lo vio. Era un hombre de cabellos negros, piel algo oscura, y ojos muy azules.
Las miradas de ambos se encontraron en la breve distancia de unos pocos metros.

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